El niño avanzó en silencio hasta la cama que le habían
indicado que sería la suya, era el nuevo y por si fuera poco, también el más
pequeño de la casa. Dejó caer sus pocas pertenencias sobre la cama: un suéter,
una libreta vieja y el reloj que había pertenecido a su padre. En las calles se
hablaba mucho sobre ese hogar, comentarios buenos sobre el administrador
anterior, sobre su bondad y generosidad, pero muy malos comentarios sobre el
nuevo encargado, se decía que explotaba a los niños, que los maltrataba y que
su asistente era aún peor, pero siempre se hablaba mal de los nuevos
directores, tenía la esperanza de que todo estuviera bien.
_ ¡Vamos!, si no te apuras, no podré ayudarte_ exclamó
Sergio devolviéndolo al presente
El quinceañero limpiaba los vidrios del dormitorio, pero
se había perdido en sus recuerdos, miro a su amigo, vestido con el uniforme de
la escuela militar: un pantalón verde, botas negras de agujeta y playera
blanca. Llevaba ya mes y medio ahí y podría decirse que Sergio era la única
razón por la que seguía con vida. Él lo había defendido tras la primera golpiza
de sus compañeros y ahora le deba lecciones de defensa personal y combate todos
los días.
_ Si, ya terminé aquí. Vamos antes de que lleguen los
demás_
_ Esta vez si te pasaste, ¡Van a querer matarte!_
_ ¡Qué va!, se lo merecían_
_ Es verdad, pero con el castigo que les dieron, están
furiosos… más vale que aprendas bien hoy_
Salieron bromeando acerca del rostro de sus compañeros
cuando el sargento les dictó sentencia. A pesar de ser verano, cerca de 12
chicos de entre 15 y 18 años vivían ahí, algunos de ellos; como Arturo; eran
huérfanos, otros eran chicos con problemas de conducta y antecedentes
delictivos, pero la mayoría; como Sergio; tenían familia solo que sus
familiares preferían que pasaran las vacaciones como internos.
Fueron a una bodega al fondo del campus, el lugar que se
había convertido en su cuartel de prácticas. Se pusieron en posición y
empezaron a practicar, lanzándose golpes y mostrando como derribarse el uno al
otro.
_ ¡Vamos!, ¡Golpea el costal con fuerza!_ gritó Sergio _
Imagina que es una persona que en verdad detestas_
Esa persona era Agustín Garcés Jr. el entonces nuevo
dueño del hogar, al parecer sus padres lo habían obligado a hacerse responsable
al condicionarlo diciéndole que si no mostraba un poco de madurez, su única
herencia seria precisamente el hogar de chicos huérfanos. Como venganza, por
ser lo único que podía darle un ingreso, el señor Garcés, de entonces 24 años
de edad, explotaba a los niños, haciéndolos robar para conseguir dinero extra.
Cuando Arturo llegó al hogar, tenía apenas nueve años de
edad, dos de ellos vividos en las calles, recién separado de su mejor amigo, se
veía inmerso en un mundo nuevo y desconocido. La primera vez que lo enviaron a
robar, se negó rotundamente a hacerlo, lo que tuvo como consecuencia que
Agustín Garcés le diera una paliza, además de castigar al resto de los chicos,
los cuales más tarde desquitaron dándole un par de golpes más.
En su estancia en el hogar fue hasta después de la
tercera golpiza en un mes que finalmente
desistió de desobedecer las órdenes, y se hiso a la idea de ser un ladrón.
Continuó así hasta la llegada de dos nuevos internos: un par de hermanos de
ocho años que parecían ser imparables con sus bromas pesadas, ellos no tenían
problema con robar, pero si con la disciplina que se les exigía. En una
ocasión, robaron la comida de la
alacena, y César, el asistente del señor Garcés amenazó con encerrar al
culpable por dos días sin acceso a comida alguna. Los mellizos no confesarían,
eso era obvio, pero si no lo hacían, los mayores los entregarían. Al final fue
él quien se presentó como culpable, y tras la paliza acostumbrada, fue enviado
a su encierro.
A partir de entonces, se hizo amigo de Oscar y Emilia, e
inicio una nueva generación en el hogar, donde los chicos ya no eran traicioneros
entre sí, ni vengativos, sino solidarios.
Entraron nuevos internos y salieron otros más debido a
que cumplían la mayoría de edad, los recién llegados debían elegir a que bando
unirse, la mayor parte de ellos optaba por los mayores que veían cada uno por
sí mismo, debido a que unirse a los pequeños y débiles significaba casi un
suicidio. Cuando Kía llegó, no dudo en unirse a ellos, convirtiéndose en la
líder, les hablaba a los chicos sobre posibles formas de escapar de aquella
tortura, de librarse del señor Garcés.
Lucia y Martín fueron los siguientes en ingresar,
aumentando su número de aliados, fue entonces que Mónica llegó para
revolucionar todo en casa, inicio como la cocinera de la casa, hasta
convertirse en la salvadora de todos. Kía le habló a Mónica sobre las
atrocidades del señor Garcés, y juntas idearon un plan para librarse de él.
Arturo terminó su cena y salió hacia los dormitorios a
toda prisa, sintió que lo seguían y no se equivocaba, los otros diez chicos
estaban dispuestos a tomar venganza, su broma los había hecho acreedores de una
mañana completa de ejercicio físico sin descanso.
Lozada, el mayor, el líder del grupo, lo detuvo
colocándose frente a él. Era un joven de dieciocho años, fornido por los
últimos tres años de ejercicio constante en la academia, con el cabello corto e
intensamente negro. Era el más alto y fuerte del grupo.
_ Méndez, me parece que nosotros tenemos una cuenta
pendiente_ dijo Lozada desafiante
_ Creí que ya habías tenido suficiente con el castigo del
sargento_ respondió suspicaz
_ Y yo creí que habías aprendido a no meterte conmigo,
¡Muchachos, vamos a darle una lección!_
_ ¿Necesitas a tu sequito?, ¿Acaso no eres capaz de
defenderte solo?_ lo retó _ Hagamos un mano a mano_
El lugar de la pelea seria el dormitorio, a la media
noche, cuando el sargento estuviera completamente dormido. Ese sería el momento
de la verdad.
Cuando era más joven, a los 12 años de edad, se convirtió
en el líder de los chicos, en el momento en que Kía tuvo que marcharse con sus
padres. Siempre creyó que el hecho de que el señor Garcés la dejará irse con
ellos sin chistar había sido solo una de sus muchas tácticas, quizá porque el
director del orfanato sabía justo como manejar a Arturo, pues desde su llegada
se había dedicado a hacerle la vida imposible. Con la partida de Kía, perdió su
primera ilusión romántica, pero ganó su valentía. Le llevó tiempo hacerse a la
idea de ser el líder, pero para la llegada del nuevo interno: Julián, el
muchacho ya era el dirigente de su propia tropa.
Llegó la hora, el reloj marcaba la media noche y los dos
adolescentes estaban frente a frente, en medio de ellos, Sergio, hacía de
réferi. Dictando el momento en que la pelea daría inicio. Sergio dio la señal y
los dos muchachos comenzaron a lanzarse golpes el uno al otro.
Arturo recibió un par de golpes al principio, pero
después volvió al combate soltando una patada a su contrincante en medio del
estómago, después le dio un puñetazo en la
barbilla, con eso logró derribarlo, se montó sobre él y empezó a
golpearlo sin parar.
_ Con eso es suficiente_ dijo Sergio halándolo para que
dejara de lanzar golpes _ Es claro que ganaste_
Arturo
se detuvo solo hasta que su amigo frenó su puño con las manos, entonces vio a
Lozada retorciéndose en el piso, el quinceañero dio un par de pasos hacia atrás
en silencio. La puerta del dormitorio se abrió, el sargento
entró en silencio y tomó a los dos jóvenes con fuerza, los llevo a los cuartos
de castigo para que pasaran el resto de la noche.
Después de derrotar al señor Garcés, no había pasado frio
ni hambre nunca más, hasta llegar a la escuela militar. Ese hombre era quien más dolor le había
generado, o eso pensaba hasta el día en que los del consejo tutelar se lo
llevaron del hotel, cuando vio la firma de Mauricio en aquel documento. Le
dolía porque a diferencia del señor Garcés, a Fernández lo quería, lo veía como
parte de su familia y confiaba en él. Ahora nada de eso importaba, porque
estaba ahí, encerrado y solo, lejos de los chicos, lleno de rabia y tristeza.
Despertó al día siguiente, convencido de que sería mejor
que el anterior, había vencido a Lozada y eso lo hacía acreedor del respeto del
grupo. Ya no sería más el novato contra el que todos desquitaban, lo cual le
daba al menos un mínimo de esperanza en su desolada vida. El sargento se
presentó a primera hora de la mañana, pero no se veía complacido con llevar a
cabo el castigo como en otras ocasiones, no le grito, ni lo insulto, ni le dio
un sermón sobre la disciplina y el compañerismo, como ya estaba empezando a
acostumbrarse que lo hiciera, en lugar de eso lo ayudo a incorporarse y avanzó
en silencio hasta la puerta.
_ Ve a arreglarte Méndez, tienes visita_ le indicó
Se preguntó quién podría ir a visitarlo justo ahí, la
única persona que vino a su mente fue Candela y se llenó de emoción al pensar
que volvería a verla. Se bañó y se arregló lo mejor que pudo, tratando de esconder
las marcas de las pelas más recientes, fue al cuarto destinado a visitas de
externos, al abrir la puerta se llevó una gran sorpresa.