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¿Me viste en la audición?_ preguntó ansioso
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No, lo siento… No pude ir_ respondió evadiendo el contacto visual
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Bueno, no importa… Me veras en el show_ sonrió _ Te dedicaré mi canción_
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¿Por qué insistes con eso de conquistarme?_
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Porque sé que lo puedo logar_ dijo plantándole un beso en la mejilla, seguro de
que estaba logrando su cometido.
El
hecho de que Lucía lo perdonará le daba una pequeña esperanza de poder remediar
todo ese daño que había hecho en el pasado, especialmente porque deseaba tener
la consciencia tranquila, solo por si acaso.
Vio
a Arturo platicando con aquella chica, se le veía feliz. Recordó entonces la
primera vez que lo vio, seis años atrás.
_
¿Crees que nos servirá?_ preguntó a César
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Si, es hábil_ respondió
_
¿Cuál es tu nombre?_
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A-A-Ar-Arturo_ tartamudeó el niño asustado
Por
aquel entonces era nada más que huesos, delgado y con el cabello cortado en
mechones dispares. Desde ese momento lo detestó, no parecía encajar entre el
resto de sus chicos. Y cuando intentó escapar la primera noche, enfureció por
completo.
Fue
así como surgió la idea de los tatuajes, la solución perfecta para intimidar a
todos sus internos, y razón suficiente para que el resto de los chicos odiara a
Arturo desde entonces.
Avanzó
por el lobby, dejando atrás al quinceañero en su intento de conquista,
recordando todas las veces que lo castigó injustamente o que lo obligó a
realizar algún robo que se negaba a llevar a cabo. Cuando Arturo tenía once
años, los castigos parecían ya no ser tan efectivos, comenzaba a aflorar su
naturaleza rebelde y se veía obligado a buscar nuevos métodos disciplinarios, especialmente
porque aquellos que antes ejercían presión interna habían cumplido la mayoría
de edad y abandonaron el hogar. Fue entonces que aparecieron los mellizos.
_
Los acaban de atrapar anoche_ comentó César
_
¿Saben algo del negocio?_ cuestionó mirando a los dos infantes
_
No mucho, pero aprenderán_ respondió su compañero
Un
niño tímido, oculto detrás de su hermana que apenas podía mantenerse de pie.
Eran demasiado jóvenes, pero también bastante moldeables. Terminó por
aceptarlos en su hogar y para su fortuna se convirtieron en fieles amigos de
Arturo, quien pronto se autodenominó su protector. Así podía mantenerlo a raya,
solo bastaba con amenazarlo con dañar a los mellizos y él obedecía en seguida.
Caminaba
por las calles haciendo memoria de las múltiples ocasiones que hizo a Arturo
robar a algún transfunde inocente amenazándolo con que si no lo hacía Emilia
pasaría una semana sin comer, o las palizas que recibía cuando Oscar llegaba
sin su cuota diaria y pedía ser castigado en lugar de que lo fuera su amigo.
Los
tres formaron una alianza y se defendían de los chicos mayores, a los cuales
tenía controlados del todo. Después llegó Kía.
_
Es buena, la iban a enviar a un reformatorio por robo de autopartes_ explicó
César _ Puede sernos muy útil_
Cuando
la vio por primera vez, no tenía nada que ver con la chica alegre que ahora
visitaba el hotel de tanto en tanto. No, en aquel entonces Kía era un revoltijo
de cabello castaño y malhumor, siempre a la defensiva.
_
Si voy a robar, más vale que gané algo_ fue lo primero que dijo al verlo
Otro
espíritu rebelde, solo que con mayor edad, al principio no parecía un problema,
pero pronto empezó a organizar a sus compañeros para que se rebelaran. Tuvo que
buscar nuevas estrategias para controlarla, la solución fue hacerla más unida
con los pequeños del hogar, así podía mantenerla al margen del mismo modo que
hacía con Arturo.
Se
detuvo frente a su edificio trayendo a su mente la imagen de aquella fotografía
con la que los señores Vélez buscaban con desesperación a su hija y la forma en
que borró toda evidencia de que esa hija era Kía.
A
los pocos meses de la llegada de la adolescente, llegó otro interno: Martín.
_
¿Realmente crees que podrá sustituir a Seba?_ preguntó, pues su interno
estrella acaba de cumplir la mayoría de edad
_
Solo ha robado comida, pero con la instrucción necesaria, pronto aprenderá_
Levantó
una ceja al observar al desnutrido niño lleno de mugre en la ropa, cabello y
piel. Si robaba comida, seguramente no era muy bueno, pero Arturo y los
mellizos no tardaron en encariñarse de él. Ahora tenía una nueva arma.
Subió
las escaleras recordando aquella ocasión en que obligó a Arturo a allanar una
residencia encerrando a Martín en el sótano, amenazando con dejarlo ahí hasta
que no le llevara el anillo de oro de la señora que ahí habitaba.
En
el transcurso de esos meses perdió a dos internos más que cumplieron 18 y
tomaron su propio rumbo, debía buscar nuevos reclutas. Y pronto apareció Lucía.
_
Era toda una pandilla, los separaron y nos mandaron a ella_ explicó César
_
Servirá para los trabajos sencillos_ comentó observando a la niña
Lucía
era pequeña, delgada y sumamente callada. Perfecta para labores de máxima
discreción, además, por ser la más pequeña, el resto la defendía y hacía lo
posible por rescatarla de los castigos, llevando a cabo los trabajos que él les
pidiera.
Entró
a su apartamento, pensando en ese fatal día, cuando su mundo comenzó a
derrumbarse. El trabajador social había indicado que los chicos necesitaban una
figura materna y les ordenó contratar a una mujer para trabajar con ellos. La
idea era conseguir a alguien que pasara medio día ahí y cansarla rápidamente
con tareas absurdas y el supuesto mal comportamiento de los chicos. Pero Mónica
apareció y César se enamoró.
Pronto
Mónica era una presencia constante en el hogar y entre más tiempo pasaba ahí,
más descubría sobre el el
funcionamiento del lugar.
Sin
darse cuenta, empezó a organizarse con los chicos para destruir su pequeña
corporación.
Con
esas ideas liberales, comenzó a despertar la rebeldía de Kía, quien se unió a
su plan.
Se
dejó caer sobre el sillón.
Cuando
la rebeldía de Kía fue insostenible, fue él mismo quien la entregó con sus
padres, no sin antes advertirle que si contaba algo de lo ocurrido en sus años
con él, sus amigos pagarían las consecuencias.
Al
parecer con eso y el despido de Mónica, se acababan sus problemas, pero
entonces Paula llegó con toda su actitud caprichosa de niña mimada y Mónica
consiguió empleo en la tienda a un lado del hogar.
_
¡La quiero lejos!_ gritó enfadado
_
Lo sé, la estoy convenciendo de tomar otro empleo_ comentó César
Pero
nunca la convenció. Ella siguió en contacto con los chicos y pronto logró
convencer no solo a Paula, sino también a Martín y los mellizos de rebelarse.
Cada
vez que ellos desobedecían sus órdenes, Arturo salía a su rescate, recibiendo
infinidad de castigos por sus amigos, parecía imposible que él se revelara.
Cerró
los ojos, dejándose inundar por completo por los recuerdos. El hogar iba ya en
picada cuando lo encontró.
_
Eso no es tuyo_ dijo aprisionando la pequeña mano que intentaba hurtar su
cartera en medio de la plaza
Se
detuvo en seco al notar las facciones del infante, era extremadamente parecido
a él cuando era pequeño y además llevaba un curioso objeto colgado al cuello.
_
¿Cómo te llamas?_
_
Julián_ respondió intentando zafarse de su agarre
_
¡Suéltelo!_ exclamó El lobo interponiéndose entre ellos
_
¡Intentó robarme!_ exclamó _ O viene conmigo o desarmó a toda tu pandilla_
Conocía
a El lobo y su cuadrilla, pero no se metía con ese grupo de adolescentes. Era
una especie de pacto, pero quería a ese niño en su hogar, sin duda alguna.
_
Si para mañana no está en mi hogar, todos acabaran en el reformatorio. Y sabes
que no estoy jugando_
El
lobo se mantuvo firme en su decisión, pero sus compañeros; que conocían
bastante bien su poder; lo obligaron a dejar ir al pequeño.
Desde
entonces ya sospechaba la verdadera identidad del menor.
_
¡No!, ¡No, no y no!_ gritó César al ver a Julián _ ¡Nos llevará a la
perdición!... Mándalo a un orfanato_
_
Es bueno robando_ se justificó
_
Pero no me agrada, ¡Llévatelo!_
Se
negó y terminó conservando a Julián en el hogar. Y el resto no necesitaba
recordarlo, lo sabía muy bien.
Lanzó
un suspiro al aire. Les había causado mucho daño, a todos ellos y era momento
de repararlo.
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